al arribar, emergió un encanto mutuo. No sé si fueron las aceras, y su dichosa pulcritud, o más bien, la semblanza del habitante, candoroso y acogedor, a quien hoy rememoro con brotante alegría. Pienso también, cómo la memoria, soterrada en la más arcaica región de mi cerebro, embiste continuamente con la imagen de ese inolvidable paraje.
Terruño llano, corresponde más bien a una explanada, confinada entre 2 cerros de altura pequeña, en frente un lago, que no puedo decir "lo baña", porque no está nada de limpio, simplemente hace intensamente azuloso el ambiente. Siempre hago referencia al lugar, conforme a una palabra que precisamente ahí escuche, lo describo como agreste, no obstante penetran en él, luminosos y ardientes aromas, culinarios por cierto. El cacao inquieto, fundido con las brasas y el queso vastamente derretido, entregan un efecto multisensorial, placer de caminante.
Millares de segundos plenos he vivido allí, insuficientes en magnitud y tiempo. Algo dan entender los constantes brotes visuales de un San Martín querido, alegórico, etapa de una vida pretérita. Volveré para verlo una vez más.